10. Karaden




La plaza comenzó a llenarse al amanecer. A medio día se tuvo que posicionar a la guardia en las calles adyacentes para evitar que la gente siguiera entrando. Las dos hogueras, que ardían dentro de unas enormes semiesferas recubiertas de oro, no bastaban para calentar a la multitud. Que hiciera tanto frío no era normal.
Arturus observaba desde la ventana del palacio a su rebaño. Le estaban esperando a él. Era su día, pero no podía salir. Sólo unas horas más. Sus ojos azules brillantes, un rasgo de su ascendencia Cúmulo, reflejaban la luz de las hogueras de la plaza, que representaban los ojos de Baler.
-Esperad. Pronto seré la voz de esta ciudad. Seré vuestro, y vosotros míos, y nada podrá detenernos-
Alguien llamó a la puerta y sus pensamientos se interrumpieron.
-Adelante-
Era el criado. Un muchacho feo, gordo y con una voz aguda y desagradable, pero que hacía bien su trabajo. Sus largos incisivos le daban la apariencia de una rata.
-Le esperan-
-Muy bien, consígueme una copa de vino mantillo de Vadoverde. Del fuerte-
-Se la llevaré al salón y cargaré con la botella por si quiere más- dijo el muchacho con su voz de rata-
Y dicho esto, cerró la puerta. Arturus se acercó a un espejo, se acicaló el pelo corto y la barba marrones, cogió su capa ardiente de la silla del tocador y se la puso. Era liviana y caliente, y reflejaba la luz como si estuviera en llamas. Había sido tejida con la piel de una antigua bestia, una de esas que sólo los antiguos bardos sabían dominar. Le habían dicho que para confeccionarla se había empleado la piel de la cabeza, el lomo y la barriga del ser. La suma de las diferentes pieles generaba la impresión de que la capa era de fuego. Un aura mágica emanaba de ella.
Salió de la habitación y con paso decidido llegó a la puerta del salón magno. Se detuvo un instante frente a las enormes puertas de roble y oro.
-Por fin- dijo
Y las atravesó. Avanzó sin prisa por el salón, en cuya mesa central le esperaban todos los grandes consejeros de la ciudad. Cada uno de ellos era el mejor en un determinado campo, y se encontraban allí por méritos propios. Baler era despiadado con los herejes, pero no discriminaba a ninguna de sus creaciones. Todas tenían un destino y un cometido, como el criado rata o el propio Arturus, pero siempre había que seguir bajo la mirada de Baler. Los seguidores de creencias anárquicas, como los habitantes del Valle del Viento, merecieron sufrir su cólera. Baler había arrasado Léh y destruido a sus falsos dioses, y los baleros consideraron que si la herejía no desaparecía del mundo, no habría piedad para nadie. El Valle del Viento ardió. Un castigo en nombre de Baler para los que no querían dejarse ver. Arturus no entendía como esas personas podían creer que los ojos de Baler estaban atrapados en un huracán que era el universo. Absurdo. Esa gente no tenía motivos para vivir, porque consideraban que tras su muerte no había nada. Personas sin objetivos que hacían siempre lo que querían, salvo a la hora de vengar a sus muertos. Bárbaros.
Caelum, el más anciano de los presentes y antiguo maestro de casi todos los consejeros del salón, se levantó cuando Arturus estuvo frente a ellos. Con su voz desgarrada por los años hizo el saludo ceremonial:
-Arturus, dinos que ven tus ojos-
-Mis ojos no ven. Yo soy ciego. Sólo Baler tiene ojos. Sólo él puede guiarme-
-Yo te veo-
-Tú percibes mi reflejo, percibes mi luz. Sólo Baler puede ver, porque sólo Baler tiene ojos. Sólo Baler puede guiarte-
-¿Y puedes transmitirnos su guía?
-Sí-
-Entonces siéntate-
Así hizo. Se sentó en una silla alta de roble, con adornos de oro, igual que las del resto de consejeros. Frente a él estaba su enemigo, Fornax. La daga con empuñadura dorada que tenía delante, apoyada en la mesa, emitió un leve destello cuando sus ojos se cruzaron. Azul brillante y rojo oscuro. Enemigos naturales: uno descendiente de la casa Cúmulo, el otro de la desaparecida casa Sua.
El primero en hablar fue Cygnus, almirante de Karaden. Era uno de los mejores navegantes del mundo y había sido instruido por el almirante Aligator de Puerto Magno, que presumía de ser descendiente de Boros el Caimán, aunque nunca lo había demostrado. El salón en el que se encontraban recibía el nombre de magno porque el palacio de Karaden fue construido por uno de los antiguos virreyes de las islas Jhom, que habían ocupado y explotado durante cuatrocientos años la costa norte de Semilla hasta que se extendió el balerismo. Cygnus se puso en pie.
-Tengo esta daga enfrente. Dime una razón para no clavártela por farsante- dijo el almirante siguiendo el protocolo-
-No soy un farsante. Me conoces bien Cygnus, y yo te conozco bien. Tú serás mi sirviente, yo seré tu siervo. Yo te daré barcos, tú me darás los mares-
-Entonces te serviré- y se sentó
Le siguió Rigel, apodado el Gigante de Karaden. Medía más de dos metros y sus pies eran enormes. No hablaba mucho, pero era un hombre inteligente y fuerte. Y buen soldado. Antes del levantamiento de Alfard había sido el mejor soldado de las fuerzas baleras, y cuando éste tuvo lugar no lo respaldó. Rigel no era buen estratega, era un hombre de acción: improvisaba el movimiento de sus hombres en el campo de batalla, mientras reventaba cabezas con su martillo. No era un general, era un arma.
-Tengo esta daga enfrente. Dime una razón para no clavártela por farsante-
-No soy un farsante. Me conoces bien Rigel, y yo te conozco bien. Tú serás mi sirviente, yo seré tu siervo. Yo te daré gloria, tú me darás sangre enemiga-
-Sólo Baler puede darme gloria- dijo Rigel
-Yo hablo por él-
-Entonces te serviré- y el Gigante de Karaden se sentó
Y le siguieron Procyon, que controlaba la ganadería:
-Yo te daré pastos, tú me darás carne-
Y Sirio, que dirigía las actividades agrícolas:
-Yo te daré tierra, tú me darás frutos-
Y Cahp, que controlaba el sistema de alcantarillado y el suministro de agua en Karaden:
-Yo te daré piedras, tú me darás agua-
Y Pólux, que organizaba los eventos de la ciudad.
-Yo te daré vino, tú me darás fiestas-
Entonces entró el criado de voz aguda. Sólo Arturus y Fornax, con sus ojos en los que centelleaban esquirlas de magia, advirtieron su presencia. Se escondía entre los consejeros como una rata. Dejó la copa de vino mantillo y se apartó de la mesa. Silencioso salvo cuando hablaba. Pólux advirtió la aparición de la copa en la mesa y bromeó:
-Ese vino ya debería ser mío, entonces-
Todos rieron salvo Fornax, que era el próximo en hablar, aunque no el último.
Arturus y él tenían la misma edad, y físicamente eran muy parecidos: pelo castaño, barba cuidada, rasgos faciales comunes y estatura similar. Pero los ojos de Fornax eran rojos y oscuros, y su sangre era de fuego. Era sangre Sua: violenta e inconformista, cómo el fuego, que siempre quiere más aunque todo lo que toca se destruye. Fornax era experto en muchísimos campos y sin duda era el más inteligente de la mesa. A pesar de odiarle, Arturus le necesitaba.
-Tengo esta daga enfrente. Dime una razón para no clavártela por farsante- dijo Fornax
-No soy un farsante. Me conoces bien Fornax, y yo te conozco bien. Tú serás mi sirviente, yo seré tu siervo. Yo te daré poder, tú me darás sabiduría- dijo Arturus, con palabras mil veces ensayadas para evitar que la daga de Fornax terminara clavada en su pecho sin que nadie pudiera impedírselo.
-No quiero el poder que me ofreces, quiero obtenerlo yo. Clavarte esta daga me lo dará-
-Estás en tu derecho, pero yo trasmito las palabras de Baler. Este consejo sólo tiene un cometido: ¿Me acusas de farsante?-
-Mis motivos no tienen nada que ver-
-Entonces tu amenaza es inapropiada en esta mesa-
Fornax explotó.
-Todos sabemos que terminarás siendo el Orador de Karaden, ¡pero no eres digno! Tú permitiste que naciera la Custodia, sin saber que la dirigiría ese hereje de Wezen. Jamás serás un Orador porque aunque escuches las palabras de Baler, tu lengua es inútil y no sabe trasmitirlas. Tu lengua no supo decir que no a un fanático que reinterpreta nuestras creencias y que controla el mayor ejército jamás visto. Tu lengua va a ser la causante de nuestra destrucción. ¡La Custodia es una amenaza y es culpa tuya!-
-Wezen es nuestro aliado porque lucha contra la muerte-
-Wezen es la muerte. ¡Sabes lo que hace en la isla Topo tan bien como yo! Si entra en Léh y consigue lo que busca no tardará en aplastarnos. No eres un farsante, simplemente eres un inútil. Dame una razón para no clavarte esta daga y convertirme así en el próximo Orador-
Arturus no supo que contestar, porque las palabras de Fornax pesaban sobre su conciencia. Bajo el mando de Wezen, el segundo Mazo, la Custodia se había ido distanciando de los baleros. Cuando comenzaron las persecuciones religiosas, Wezen siempre se mantuvo en contra: “nuestro enemigo no cree en nada y no está vivo”. Arturus recordaba bien las palabras del entonces joven coronel de los ejércitos baleros, que llamó la atención del nieto del antiguo Orador por su reinterpretación de la palabra de Baler. Cuando los cadáveres de los herejes se amontonaron, el general Alfard lideró un movimiento de renovación entre los baleros para poner fin a las persecuciones. Entró en Karaden con Wezen a su derecha, acompañado de quince mil soldados cansados de matar mujeres y niños. El disfraz de causa noble engañó a todo el mundo, pero Alfard buscaba algo más.
El abuelo de Arturus, Sirio, llevaba dormido dos meses cuando el general atravesó las puertas de Karaden. Como último descendiente del Orador, Arturus tuvo que tomar decisiones para las que no estaba preparado. Alentado por el Vidente Supremo de Zarzamarga, Carello VI, y por Alfard, declaró, junto con el resto de ciudades estado del noreste de Semilla, el fin de las persecuciones. Pero esto no fue lo importante: también dio su visto bueno para la creación de un ejército sin nacionalidad, ajeno a cualquier conflicto anterior y cuyo único propósito sería la destrucción de las criaturas de Léh: la Custodia. Un lavado de cara. Alfard se había aprovechado del descontento entre los baleros para convertirse en el primer Mazo, un título que le hubiera convertido en el poseedor del ejército más numeroso de la historia si no le hubieran asesinado siete meses más tarde.
La Primera Llamada atrajo a personas de todo el mundo a las filas de la Custodia. Mientras el Orador Sirio dormía pasaron cinco años. Wezen se había convertido en el Mazo, y los rumores sobre sus experimentos con los infectados por la peste de Léh en la isla Topo comenzaron a ser demasiado frecuentes como para ignorarlos. Entonces Sirio murió. Arturus era el candidato a sucederle como Orador. Este título no era hereditario, y en realidad ningún Orador escuchaba las palabras de Baler, simplemente así se reconocía su figura como el máximo representante del poder en Karaden. La reunión de aquella tarde, en el salón magno de Karaden, era un protocolo para nombrar a Arturus como dirigente de la ciudad, a pesar de que llevaba gobernándola más de cinco años.
La mirada de Fornax continuó desafiante frente a él. Arturus no sabía cuánto tiempo había permanecido en silencio, pero cuando habló, su voz fue firme:
-¿Quieres una razón? Te la daré. Tú y yo, y todo nuestro ejército irá a Léh. Vamos a encontrar aquello que busca Wezen antes que él.
Arturus vio reflejada en los ojos de Fornax una sonrisa: la del criado con voz de rata.
-Entonces te serviré- dijo Fornax
Luego hablaron el resto de consejeros.
Una hora más tarde, Caelum se asomó por el gran balcón que daba a la plaza y habló a la multitud que tiritaba por el frío:
-El consejo ha decidido que Arturus de la casa Ingens, hijo de Canopus y nieto de Sirio, sea nuestro Orador-
Arturus salió. Los ojos de Baler vieron entonces cómo la plaza se alzaba en vítores.
El pueblo no lo sabía, pero Karaden acababa de entrar en guerra.

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